Querido cuaderno:
Hace tanto tiempo que no te escribo que
parece que se me ha olvidado como se hacía. Han pasado semanas desde la última vez,
incluso puede que meses.
Desde que dejé la medicación mi vida se ha
convertido en un pequeño caos de altibajos e inestabilidad emocional. Puede que
sea porque no me doy por vencida, y a la mínima que me desmorono, yo solita me
reconstruyo. Como cuando éramos pequeños y construíamos castillos de arena en
el mar. ¿Qué venía una ola y nos rompía todo el trabajo? No importaba, cogíamos
la pala y el cubo, y vuelta a empezar. Pues yo hago lo mismo, pero conmigo
misma.
Me veo diferente, sabes. Es un poco
extraño. Porque me sigo notando frágil, y tengo miedo de volver a ser el
manojo de depresión que era. Pero, a la vez, sé que soy más fuerte y voy a
poder con todo. No sé si me explico. Siempre me pasa lo mismo. Me pongo a
escribir, a decir todo lo que se me pasa por la cabeza; y al final parece que
todo se queda en un batiburrillo de frases inconexas.
Sabes qué más, he ganado peso y estoy
tratando de aceptarlo. Pero reconozco que me cuesta mucho, muchísimo. Sobre
todo porque creo que no es sano, y que debería volver a retomar viejos hábitos:
ejercicios y comida sana. Lo primero lo estoy trabajando, de hecho llevo ya
tres semanas saliendo todos los lunes a correr. Y no veas qué sensación, qué
liberador.
Lo segundo me cuesta un poco más. Mi vena
golosa y glotona sale a relucir más a menudo de lo que me gustaría. Pero de
verdad te prometo que en eso también estoy trabajando.
Aún recuerdo lo atontada que me dejaba la
medicación. Como sin fuerzas, sin ganas. No lo hecho nada de menos. Aunque
reconozco que estaba bien eso de no pensar en nada, simplemente estar y ver los
minutos pasar.
En realidad yo reconozco que hay días en
los que me sigo sintiendo enferma. Mi corazón sigue estando enfermo (como solía
decir Anahí, de RBD, mi inspiración cuando era una adolescente en la edad del pavo). Por eso me cuesta tanto mirarme en el espejo y no sentir
repulsión por los kilos de más. Y ya ni te cuento cuando me doy cuenta de que
la ropa ya no me queda como antes, o que incluso ni me entra.
No lo sé, cuaderno. Soy más consciente que
nunca de que no quiero volver a caer en el abismo en el que estaba. Pero a la vez
siento que pendo de un hilo, y que todo sería más fácil si me diera por
vencida.
Pero, no, esta vez no. No quiero tirar la
toalla. Me niego rotundamente. Y, ¿sabes por qué? Porque de los errores se aprende, del pasado
se aprende, y hasta de las malas decisiones se puede sacar algo bueno.
Por eso sé que esta inestabilidad que me
invade a veces es buena. Significa que hay una parte de mí que sigue luchando y
quiere seguir en pie.
Así que, mientras quede una mínima pizca
de esperanza, por muy pequeña que sea, yo seguiré aquí, juntando pedacitos mi
ser y tratando de ser siempre fuerte.
Nerea